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Sonríe, que yo estoy aquí sonriendo gracias a ti.

domingo, 22 de febrero de 2015

Una blanca Navidad con el vecino



Dimelza miró con nostalgia la hermosa mesa del comedor. Había organizado lo que iban a ser las mejores Navidades de su vida. Su nuevo apartamento estaba elegantemente decorado en tonos rojizos y plateados, la mesa del comedor vestida de gala para la ocasión y el frigorífico lleno de comida tradicional procedente del mejor restaurante de la ciudad.

Le costó más de un mes escoger el vestido que iba a ponerse y había pasado más de tres horas arreglándose para la ocasión.
Ocasión que no iba a llegar, ya que su hermana llamó pasado el mediodía para indicarle que se había quedado atrapada en el aeropuerto y no podría llegar. Su mejor amiga no había podido cambiar el turno de guardia en el hospital, por lo que tampoco vendría su marido que iba a llevarle la cena al trabajo. Y su ―supuesto novio prefirió pasar las navidades en el Caribe en lugar de en la nevada con ella.

Y allí estaba, sentada en el sofá del salón, mirando una mesa que no iba a utilizar y maldiciendo en voz alta que no hubiera alcohol en casa debido al alcoholismo de su amiga. Y lo peor de todo es que su hermoso y macizo vecino la había escuchado hablar sobre cómo iba a disfrutar de las fiestas. ¿Cómo iba a mirarle a la cara después del desastre que se avecinaba? ¡No conocía a nadie más en el edificio!

Tendría que entrar y salir sigilosamente para que no encontrarse con él, cosa arduamente complicada, ya que vivía en la puerta de al lado.

—¡Qué le den a todos! ¡Soy Dimelza Duran y no me voy a amilanar en el sofá!

Decidida, se puso sus hermosos zapatos de tacón y descolgó el abrigo de fiesta que puso sobre el vestido de gasa en tonos grisáceos que llevaba puesto. Ya que iba a la tienda de la esquina, decidió no llevarse el bolso, tomó algo de dinero para pagar el vino que iba a comprar y salió por la puerta.

Justo cuando escuchó el sonido del pestillo al cerrarse ocurrieron tres cosas, a cual peor. Por un lado, se percató de que no se había acordado de coger ni las llaves ni el móvil... ¡mierda!. Por otro lado, su vecino salió del ascensor con una bolsa de provisiones y una sonrisa encantadora... ¡maldición!. Y, finalmente, se fue la luz.

¡Puede estropearse aún más la noche!

Y fue tal la desazón que la inundó que no puedo evitar expresarlo en voz alta.

—¡Mierda! ¿Puede pasarme algo más hoy?

Una cálida voz que sonaba como la voz de los ángeles, profunda y erótica le respondió.

—¿Va todo bien, Dimelza?

—No, nada va bien —respondió de sopetón sin pensarlo. Creía que él no le había visto ya que la luz se fue justo cuando salia del ascensor.

—¿Puedo ayudarte en algo?

Mis padres y mi hermana se han quedado atrapados en Chicago por un temporal y no van a poder venir, así que tengo todo el tiempo del mundo.

¿Todo el tiempo del mundo? ¿Era eso una sugerencia?

—¿Puedes cambiar el turno de trabajo de mi amiga en el hospital? ¿Puedes hacer que mi hermana venga de Alaska donde está atrapada? ¿Puedes darle una patada en el culo al imbécil de mi ex-novio que se ha ido al Caribe porque no le gusta el frío y parece que yo tampoco? ¿Puedes abrir mi puerta de forma mágica ya que me dejé las llaves dentro? ¿O, en su defecto, puedes conseguir que un cerrajero venga a abrirme la puerta el día de Nochebuena? —espeté de corrido.

—Eh, mmm, veamos. No. No. No, pero lo haría con mucho gusto ya que se lo merece por no apreciar lo que tiene entre manos. No. No, aunque tampoco creo que sea buena idea que llames hoy ya que te cobrarían un ojo de la cara. Pero sí que tengo vino y una cena que no seré capaz de terminar yo solo. ¿Te apetece entrar?

Dimelza se quedó con la boca abierta... porque no fue capaz de reprimir todo lo que había soltado por la boca y por la naturalidad con que él respondió y la invitó a cenar. ¡Al menos no se había dejado nada encendido en casa!

—Me encantaría, muchas gracias.

***

Tras dejar las bolsas en la encimera de la cocina, abrió una botella de vino blanco y fue al salón con las dos copas. Cuando le tendió su copa, se le puso la polla dura ante la hermosura que desplegaba Dimelza. Siempre se había sentido muy atraído hacia ella, hacia ese largo cabello castaño, esos ojos oscuro, los carnosos y jugosos labios, las poderosas facciones de su rostro mezcla de guerrera y diosa y su cuerpo fibroso y curvilíneo. Curvas que se acentuaban con el elegante vestido de gasa que llevaba puesto. ¡Dios, no podré pasar con ella toda la noche sin quitarle el vestido!

En lugar de entregarle la copa de vino, se abalanzó hacia ella y le dio un apasionado beso mientras sus manos recorrieron su cuerpo. Lejos de protestar o de rechazarle, Dimelza se dejó llevar ante ese arranque de pasión que había deseado desde el día que se chocó –literalmente– con él el día de la mudanza.

Afianzó la mano en su cabello ondulado para reclinar su cuerpo un poco y poder tener un mejor acceso a su exquisita boca que sabía a noche de luna llena. Cuando ella emitió un gemido, amortiguado por su boca, confirmó que podría seguir sin miedo a que le abofetearan y deslizó su ardiente boca por su cuello, proporcionándole pequeños y juguetones besos por el camino hacia sus senos.

Palpó delicadamente su vestido en busca de la cremallera para poder quitárselo sin romperlo.

La encontró en el lateral izquierdo y, con destreza, la abrió y dejó que el vestido palabra de honor cayera a sus pies.

Lo que tenía delante era un hermoso cuerpo de diosa, cubierto con un sujetador de encaje en tono miel a juego con un tanga y un ligero que sujetaba una medias a la antigua usanza.

—¡Por todos los dioses! ¡Eres la cosa más hermosa y ardiente que he visto jamás! Llevo deseando hacer esto desde que te conocí.

Casi le fallan las piernas cuando escuchó esas palabras salir de su boca. Con energía, la tomó en brazos y la llevo a la enorme cama de matrimonio que tenía en el dormitorio.

Depositándola con delicadeza, le sujetó las muñecas en lo alto con una mano y, con la otra, sacó uno de sus senos del sujetador.

Jugueteó con el pezón con su lengua, lamiéndolos, dándole pequeños golpecitos y mordisqueándolos.

Quería saborear cada centímetro de su cuerpo, lamerlo y acariciarlo, pero sabía que no podría aguantar tanto tiempo, ya que su verga estaba erecta y dura y sus huevos muy tensos.

Cambió de un pezón al otro y, con la mano libre, recorrió su cuerpo hacia abajo hasta llegar a su entrepierna. Con suavidad retiró la tira del tanga y buscó su clítoris, el cual estaba bastante hinchado, demostrando que estaba disfrutando tanto como él.

Cuando pellizcó levemente su clítoris, Dimelza no puedo evitar arquearse, apretando aún más el pezón contra su boca. Estaba excitada como nunca lo había estado, su piel ardía bajo sus caricias y su coño se humedecía a una velocidad increíble.

Aunque había estado con algunos hombres, ninguno jamás le tocó como lo estaba haciendo Hyun.

Inesperadamente, introdujo un dedo dentro de su vagina donde la provocó moviéndolo a un ritmo acompasado y rozando de pasada su punto g. ¡Oh Dios!

Sintió que le introducía un segundo dedo a la par que le dio un mordisco en el pezón que tenía en la boca. Gimió desesperadamente, con ansias de más.

Hyun Joong recorrió con la lengua el camino que separaban sus pezones de su coño, mientras movía los dedos dentro de ella. Sus gemidos le incitaban a seguir y a explorar ese pecaminoso cuerpo, ese cuerpo que estaba decidido a reclamar como suyo.

Sopló delicadamente sobre su acalorado clítoris y ella se estremeció ante la mezcla de sensaciones. Con la lengua, lamió su clítoris, dibujando pequeños círculos a su alrededor y pasando la lengua por encima. Supo que ella estaba construyendo un orgasmo porque sentía en los dedos que tenía dentro de ella los fuertes espasmos de su vagina.

Si no la poseía pronto iba a correrse en los pantalones, su polla palpitaba ante la necesidad de sentirse arropado por su coño. Y algo en ella le indicaba que estaba tan cerca del orgasmo que no quería ser follada con suavidad.

Se retiró el tiempo suficiente para quitarse la ropa y protegerse. Se arrodilló un momento y volvió a lamerle el clítoris y la abertura de su vagina, haciendo que emitiera jadeos, gemidos y pequeños gritos. Se puso en pie, agarró sus abiertas piernas y la penetró poco a poco.

—¡Eres más hermosa y sabes mejor que la más preciada ambrosía!

Cuando su verga estuvo completamente acoplada en ella, comenzó a moverse rítmicamente, penetrándola con fuerza. Los únicos ruidos que se oían en el dormitorio eran los sonidos que generaban cada vez que él la embestía y los gritos de placer de ella.

Había intentado mantener el control el tiempo suficiente para que ella llegara al orgasmo y, justo cuando ella se arqueó corriéndose salvajemente, él se dejó llevar en el calor de su cuerpo y el éxtasis de su aroma, corriéndose también.

Cuando Dimelza consiguió regularizar la respiración y pudo hablar, preguntó.

—¿El vino que me ofreciste va acompañado de
algo de comer?

—Sí, de un hermoso pavo asado y postre —jadeó.

—Acepto sólo si el postre que me das es como éste.

—Tantas veces como quieras —dijo Hyun, besándola tiernamente en la boca.

.........................Fin ..........................

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